Notas del cuaderno de un TF (1)

Publicado el 7 de julio de 2025, 1:18

Sobre el diagnóstico

   A veces las tipologías previas, las clasificaciones o los diagnósticos que nos rondan por la cabeza dificultan al terapeuta ver aquello que “sucede ante sus ojos”, quedando su mirada distorsionada por lo aprendido, lo ya conocido y sabido, un territorio en el que sin duda se encuentra cómodo por la tranquilidad profesional que le otorga saber dónde pone sus pies.

    Las tipologías y los diagnósticos son, como todos los instrumentos, espadas de doble filo. De manera que tenemos que clarificar para qué sirven y para qué no.

    Bateson habló del diagnóstico como elemento dormitivo. Más allá de su evidente exageración, había algo de verdad en esto que dejó dicho. Pero no sólo son dormitivas para las familias que así, al menos “saben qué es lo que le sucede a unos de sus miembros”, (como si ese conocimiento conllevara automáticamente la realización de la acción adecuada), sino para los propios profesionales, que se empeñan en relacionar cada conducta del sujeto con alguno de los ítems con que se define la clasificación diagnóstica.

     Muchos profesionales se tranquilizan cuando ven el ítem tanto como se inquietan cuando se atreven a ver a la persona que vive y respira y sufre por detrás del diagnóstico.

 

Olvidos que retornan

   Lo que se olvida en un paradigma (léase, a título de ejemplo, la modernidad), retorna de nuevo a nosotros de una forma oscura, una forma que necesita ponerse en claro, evidenciarse, para que no siga actuando desde lo inconsciente como una fuerza ciega. Lo no sabido o reconocido sigue ahí, aunque lo neguemos, pero activo.

    En ese orden de cosas, señalar que la postmodernidad ha pretendido olvidar lo trigeneracional porque el amor posmoderno es una relación de individualidades que viven en el presente, abstraídos de la sucesión temporal. La unidad de sentido postmoderna es, por decirlo de forma abreviada, el propio individuo y sus necesidades o deseos polimórficos. Pero lo trigeneracional reaparece con la fuerza que tienen todos aquellos fenómenos olvidados que se han pretendido ocultar o no han sido tenidos suficientemente en cuenta.

    Acaso en el modelo tradicional en su vertiente más extrema, el patriarcado, lo trigeneracional ha carecido de esa fuerza de lo inconsciente, o ha estado muy debilitada porque la presencia y el peso de las generaciones estaban siendo activamente reconocidos y puestos en acción. El aparente olvido viene después, con la carencia de historias trigeneracionales conocidas por quienes son sus deudores, porque ya ni se cuentan ni se habla de ellas, como antes la abuela contaba a los nietos la historia de la familia…; pero su venganza es que esas historias hurtadas, sus legados y mandatos se hacen muy presentes, activamente presentes. Pues las pautas y legados que se desconocen, no por ello dejan de actuar.

   A este respecto, recuerdo una sesión con la familia de un adolescente de 18 años que estaba realmente enfadado con su padre, porque éste había incumplido una promesa que le hizo en un momento feliz: “Si apruebas el curso, te compraré la moto que deseas”. El chico había aprobado, pero el padre se negaba a cumplir su promesa. Escarbando en la historia de familia de origen, el adolescente descubrió que, con su misma edad, su progenitor había perdido trágicamente a un hermano en… un accidente de moto. Esto no sirvió para negar que la promesa tenía que ser cumplida, pues la palabra del padre había quedado empeñada en esa acción de prometer, pero ayudó a que el hijo entendiera lo que había detrás de la negación del padre: el temor de que a él le pudiera pasar algo parecido y trágico. Lo trigeneracional dotó, pues, de sentido a una conducta que hundía en el pasado las raíces de su origen., y sin cuya presencia la historia quedaba amputada de su sentido profundo: el temor y, al tiempo, el cuidado que estaban ocultos detrás de la promesa suspendida.

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