Envidia

Publicado el 28 de julio de 2025, 15:10

 Envidiar es un sentimiento ocioso, que no proporciona más resultado que el daño propio. Igual sucede con los celos, que jamás prueban la fortaleza ni amplitud o calado de ningún sentimiento, sino la carencia, el miedo y la debilidad. Quien aprende a bastarse a sí mismo aprendió también a conquistar a su propia envidia.

  Los celos tienen que ver con la posesión y el miedo a la pérdida, mientras que la envidia hace referencia a la vida que otros viven y que uno desespera por vivir. La envidia quieres experiencias; los celos, dominar a las personas. Uno no se encela con una situación, sino que la envidia. Y no envidiamos al otro sino por la vida que vive y los acontecimientos que le ocurren.

   El envidioso cree que el otro no merece lo bueno que llega a su vida, que es ése un mérito o beneficio indebido y gratuito. Esta es la raíz de la ansiedad que genera la envidia y que lleva a desvalorizar los logros de uno mismo, su vida entera, que cambiaría por un pedacito de la suerte del otro, de quien se envidian hasta los andares.

   Envidiar significa no dar valor a las cosas que se tienen y nos ocurren. La envidia es un modo de desvalorización; o, al menos, está en su origen.

   El que envidia recrea en su mente otra posibilidad fantasiosa de su propia vida, una ruta diferente que sólo atravesará con la imaginación. Cuando se envidia se coloca un muro contra el que vienen a estrellarse los auténticos objetivos de la vida, es decir, los que están a nuestro alcance en razón de nuestros propios y más íntimos intereses y de nuestras propias y más íntimas capacidades.

 

   Nietzsche hizo de la envidia la clave de su propia filosofía. Y la llamó, dando un paso más allá, resentimiento.

    Hay sentimientos que debemos aceptar porque simplemente son sentimientos humanos, aunque luego hayamos de luchar por transformar su impacto sobre nuestras vidas. Así sucede con la envidia, la primera y más abrasadora pasión humana. Es humana, humanísima. Pero de efectos devastadores sobre la vida de quien la padece. Los efectos perniciosos de la envidia no recaen sobre otra vida ajena, sino sobre la propia de cada cual. El que envidia se mata a sí mismo. Mientras, la vida del otro, la vida envidiada sigue, ajena, su imperturbable curso.

  Aunque se puede observar un cierto regodeo en quien se siente envidiado por otro, y eso muestra de modo palmario que, aunque en menor grado, la envidia tiene, también, propiedades transitivas.

 

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