
En la Naturaleza conviene captar los saltos hacia la complejidad, que generan conductas cualitativamente diferentes y, acaso por esta razón, también incomparables, si decir tal cosa no pareciera caer en contradicción, porque lo cualitativo implica una comparación de alguna clase. En su género y a su nivel, la estrategia de caza de los lobos es tan perfecta como lo es en el suyo la que usa el carterista para sisarnos la cartera.
Pero la diferencia estriba en que nosotros somos naturaleza desgajada; esto es, cultura. Las acciones de los animales no se guían por baremos morales, sino por su efectividad para la supervivencia; las de los seres humanos tienen, sin duda, otra regla que las mide. Estamos ante dos órdenes de fenómenos diferentes. La confusión entre esos diferentes órdenes conceptuales provoca que muchos investigadores, quiero creer que de buena fe y no sólo por mantener intocables sus dogmas y sesgos ideológicos, se deslicen sin querer de un territorio a otro, sin percibir las equívocas consecuencias que derivan de tal deslizamiento.
Esto es lo que se llama en filosofía el problema del ser y del deber ser, que se produce por ignorar la clara frontera lógica que separa tales espacios; problema al que debemos aplicar la famosa guillotina de Hume. Por ejemplo, el territorio empírico de los hechos y el territorio moral del deber y la obligación, o los así llamados enunciados descriptivos frente a los enunciados prescriptivos. Ocurre así cuando, por ejemplo, leemos que algunos genetistas hacen denodados y baldíos esfuerzos por encontrar el famoso, pero tan escurridizo gen de la infidelidad, sin caer en la cuenta de que:
- Como hecho empírico, el comportamiento promiscuo puede ser una estrategia efectiva de supervivencia para determinada especie, pero no para otra. Prima aquí el criterio de utilidad con que juzgamos –nosotros, no los promiscuos, pues los animales no juzgan- los resultados efectivos de tal estrategia.
- La infidelidad es un concepto moral resultado de una cierta valoración, no un hecho empírico, sino moral, y supone la violación de un acuerdo tácito o explícito de exclusividad que dos adultos responsables establecen entre ellos. Un pacto, una promesa que se esfuerzan en mantener y que quedó por un acto, la traición, rota.
Por tanto, los genetistas están buscando en el mundo biológico una realidad que no es empírica, sino que pertenece al mundo de los valores. Esto no puede ser sino fuente continuada de errores y malos entendidos.
La infidelidad no es tanto un hecho físico, cuanto la valoración moral de cierta clase de acciones. Juan, que se acuesta con María, su pareja, y, a su vez y de forma subrepticia y secreta, se ve a escondidas también con Isabel, la amiga íntima de María. Esto son hechos. Lo prescriptivo es si esto está bien o mal; por tanto, la infidelidad, es decir, haber faltado a un pacto o compromiso.
Los animales, desde mi perspectiva, no son ni pueden ser naturalmente fieles o infieles, sino monógamos exclusivos, sucesivos o promiscuos, en función de la estrategia de adaptación y supervivencia que les haya resultado más eficiente como especie. Los animales, pues, ni prometen ni perjuran.
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