El primer amor

Publicado el 5 de mayo de 2025, 0:37

   Todos recordamos a nuestro primer amor, aunque fuera el segundo o el tercero, pues al primer amor no le importó el orden en que apareció en la vida de cualquiera, sino sólo llegar a aparecer.

   Hay amores primeros que alborean en la adolescencia cerril y pasan fugazmente, sin ocasión de dejar una huella demasiado profunda, sino sólo un atisbo de su paso. Son primeras experiencias con escaso calado existencial a veces. Y hay otros, en cambio, que, siendo amores primeros, aparecen cuando el individuo se encuentra  ya en sazón o con la vida enhebrada y cuando ya ha probado otros amores y ha compartido otras historias de furia o de desdicha. Cualquier amor parece el primero, pero hay uno que lo es para siempre, porque su regusto amargo o feliz rezuma aún en nuestros labios y nos pone como una meta y nos traza como un ideal y nos recuerda que a menudo no es dulce su cata, pero que lo parece.

   Y hay, también, una relación estrecha entre el carácter de cada cual y el tipo de amor con que se encuadra y le corresponde, como si en el universo humano existiera un ordo amoris de líneas secretas y entrelazadas que nos determinase de forma inconsciente hacia hombre o la mujer que acabará siendo, mutatis muntandis, el mismo ideal encarnado y puesto en pie.

   Hay que señalar que cuanto más primario se es, más vale cualquiera para ello, porque lo que el primario le exige a la vida es que sea calmante de sus ardores y productivo el territorio de la caza, no espacio de ideales, abstracciones ni monsergas. El primario es señor de muy limitados instintos y poco dado a los matices que conforman el lenguaje del amor, qué se le va a hacer.

   El primer amor resiste bien el embate de los años, pero no el de la vida. Queda en nosotros como un recuerdo inmarcesible y acaso una posibilidad de vida no vivida y, por ello, diferente o de mayor intensidad, por ser en parte fantaseada, pura imaginación o fantasma y relato en esbozo. Pero es en el día a día cotidiano que sentimos el calor de quien comparte con nosotros el tedio o la algarabía, el cansancio, la desazón o el entusiasmo absurdo, el lecho y el desayuno: la existencia.

   No es el primer amor, seguramente, pero es el amor de la vida de cada cual, el amor más verdadero, aquel que, siendo quienes somos, nos siente soportables aún. Y nos ama, contra todo pronóstico y esperanza.

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