
Curiosamente, la ópera de Offenbach, una suerte de composición antitética de la de Gluck, comienza también con una especie de ritual, pues la Ninfa Eurídice está cogiendo flores para adornar la cama adulterina del hermoso fabricante de miel Aristeo. Cada mañana se levanta para hacerle este regalo a su enamorado, a escondidas del marido. Los amantes se ven en secreto, porque el amor del que nos habla el músico es también el amor romántico, pero éste no puede suceder sino fuera del matrimonio. Offenbach se centra en las infidelidades de esa pareja, antaño paradigma del amor.
La opereta de Offenbach tiene, como se ve, un tono distinto, como corresponde al tiempo en que fue compuesta, y trazas de cruel caricatura. El amor conyugal es aquí el amor burgués que cultiva la apariencia y se ahoga en la monotonía. Con los años, la pareja sucumbe al tedio y a la mutua indiferencia. Ni Orfeo obtiene de Eurídice la comprensión que anhela, ni ésta el placer que desea y espera. La vida en pareja se ha vuelto soporífera, y cada cónyuge se afana por conseguir fuera del matrimonio un consuelo a sus malestares. Orfeo se ha volcado en la música y en su vida de artista, es decir, en su profesión, como sucede en tantas parejas de nuestra época; Eurídice, por el contrario, suspira por un amor pletórico, excitante y lleno de aventuras, aunque sucumbe una y otra vez al desengaño que se gesta cuando la imaginación es más rica y fecunda que la realidad de la existencia.
La opereta es una burla, pero tiene también un final feliz. Cada mochuelo vuela a su olivo y todos tienen la fiesta en paz. El espectador sabe que el baile continuará, más allá de las bambalinas, porque es el juego de la caza amorosa y de la seducción que no se detienen ni ante las buenas costumbres ni ante la recriminación social. Estamos moviéndonos, como diría Kierkegaard, en la esfera estética, la de la sensualidad y el goce del instante, aún intrascendente, fugaz y fugitivo; pero que le sirve al compositor para poner en solfa el ideal burgués del matrimonio por conveniencia, tan en uso entre las clases pudientes de la época. El anhelo final de los amantes es encontrar la vida dichosa al lado de la persona que aman, no de aquella a la que el destino o las circunstancias les unieron. El matrimonio por amor, puesto aún en boca de dioses, fue en sus orígenes una reivindicación de las clases menos privilegiadas, que eran también las que menos tenían que perder en el lance.
El amor, finalmente, se ha impuesto en nuestros días como razón de ser de la pareja, y la globalización lo ha convertido en modelo universal. Con él hemos dado el salto al nivel ético (el del compromiso, la ternura, el afecto, el consuelo y el perdón), que es el que dota de sentido al vocabulario con que hablamos hoy día del amor.
Con su exaltación o su crítica, fueron los artistas de otro tiempo, escritores y músicos sobre todo, quienes prepararon el salto que nosotros estamos dando ahora. Ellos nos ayudaron a pulir nuestra mirada y a reconocer la compleja gama de matices de eso que llamamos, simplemente por abreviar, amor. Por abreviar, insisto.
Añadir comentario
Comentarios