Amor cantado (y III)

Publicado el 5 de julio de 2025, 19:52

     Del amor se ha dicho ya todo cuanto se tenía que decir y, sin embargo, sigue siendo un tema inagotable, que nace con cada pareja y perdura entre nosotros el tiempo en que cada pareja lo alienta y alimenta, o lo expande más allá de sí misma, en una nueva generación. Muerte y renacimiento vienen de la mano en el amor. La pasión nos inflama, la pareja y el matrimonio introducen una norma y medida, y permiten la gestión social de las emociones, facilitando el cuidado de los vástagos y la trasmisión de las herramientas básicas de nuestra cultura. Podría decirse que el enamoramiento es al instante, lo que la pareja al tiempo y la duración. Y si los cuentecillos de amor y pasión nos embelesan, esto es porque hacen vibrar una delicada cuerda en nuestro interior, en nuestra memoria personal y colectiva y en nuestros anhelos más profundos y humanitarios. El amor es el vínculo relacional por antonomasia y, como seres relacionales que somos, es el amor quien nos constituye humanos y nos hace fecundos y creativos. Luego, las circunstancias de la vida y los empeños que cada día nos trae el cotidiano vivir a veces lo embozan y a veces lo envilecen. Cuando sucede esto, el amor se bloquea y aparece el maltrato, la violencia relacional, que es esa otra cara más inhumana de lo humano.

 

     Muerto Dios, caídos los viejos ideales de la razón ilustrada y perdidas ya muchas convicciones que pudieron parecernos imperecederas un día, tan sólo nos queda el amor que nos salva. Un amor que no es metafísico, sino humano, demasiado humano. Ya no estamos dispuestos a morir por nada, excepto por aquello que de veras amamos y que tiene su sede en lo más cercano, en nuestros hijos posiblemente, a veces en nuestros esposos o esposas y en nuestros amigos más próximos. Ya no es honroso morir por la patria, pero aún lo es hacerlo por los hijos y sacrificarnos por el porvenir que les habremos de legar. Este sentimiento cercano se expande hasta permitirnos decir de forma altruista que nada humano nos es ajeno.

 

   Pero el amor no es una emoción de muerte, sino fundamentalmente de vida y existencia. Amar, decía Ortega, es estar empeñado en que el Otro exista. El mundo es más rico para cada uno de nosotros por la mera existencia de aquellos a quienes amamos, que es siempre viva presencia contra el tiempo. Sabiendo que aún son, la condición mortal en que consistimos se hace más llevadera, el tiempo de la vida más preciado, y los gestos del amor más necesarios.

 

    El mito de Orfeo aún nos toca, porque somos sensibles a los ideales que giran en torno a los procesos emocionales que nos vinculan a otros seres humanos. Que luego el matrimonio o la pareja tengan una vida limitada, no es un argumento contra la misma, porque su calidad no estriba en la duración, sino en los lazos que nos religan a los demás, con quienes estamos dispuestos a compartir la existencia. El amor -como la amistad para los antiguos- hace la vida vivible y soportable, aunque tenga, como todo por otra parte, fecha marcada de su caducidad. Eso hace aún más grande lo efímero y más intenso cada momento en que pudimos amar y lo hicimos.

 

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