Notas del cuaderno de un TF (III) tiempo y terapia

Publicado el 15 de julio de 2025, 17:37

 

   Cuando una familia acude a terapia, no sólo nos trae su historia y los conflictos que en ella se hayan podido generar; nos trae también su propio tiempo existencial, su tiempo de vida. No me refiero al tiempo como duración objetiva, mesurable por un reloj o por un calendario; sino a una realidad subjetiva mucho más compleja y sutil, que tiñe sus historias con un ritmo peculiar, el ritmo vital, el tono que cada uno le da a su propia existencia.

 

      A menudo, en las primeras sesiones parece como si la capacidad del sistema familiar para afrontar las dificultades que el vivir entraña se hubiese detenido, como si el equilibrio dinámico en que consiste la vida se hubiera ido anquilosando poco a poco, hasta llegar a una situación que podríamos definir como de punto muerto. Es probable que incluso la agitación de que a menudo hacen gala las familias en terapia sea el negativo fotográfico de esta situación de hallarse en punto muerto, siendo la suya en verdad una agitación más aparente que real.

 

    Sin pretender generalizar, me parece que en ocasiones la labor del terapeuta es la de ayudar a generar los recursos disponibles en la familia para cambiar de ritmo vital.

 

      Una dificultad que puede asaltar al terapeuta emerge directamente de esta vivencia del tiempo que una familia trae consigo. Puede que los problemas se generasen en un tiempo tan alejado del presente, que ya parece un tiempo mítico. Desde entonces, es posible que las dificultades no hayan hecho sino continuar agravándose. Con no poca frecuencia, cuando se acude al terapeuta, el tiempo de esa familia se ha detenido en el círculo vicioso de la solución inadecuada que perpetúa el conflicto, manteniéndolos a todos en un desequilibrio estático de dolor y sufrimiento, sólo soportable por haberse vuelto tan cotidiano que casi se diría normal. Las familias traen a terapia la certeza de sus dificultades, sobre las que no admiten alguna duda ni la menor vacilación. La gente pasa tantos años viviendo de cierta manera, que acaba creyendo que esa es la única forma en que se puede vivir. Y eso es, en esencia, el tiempo detenido.

 

       La vivencia del tiempo familiar es, pues, la de hallarse confinados en la dificultad a perpetuidad. De ahí que acudan a terapia como quien espera un milagro que, desde fuera, les saque de ese encarcelamiento para el que se creen incapaces de hallar una salida por sí mismos. El tiempo detenido tiene, pues, sus propias servidumbres.

 

        Las familias no vienen a la búsqueda del tiempo perdido (para ello acudirían al psicoanalista, sin lugar a dudas), sino a recobrar su ritmo en el tiempo. No se trata de comprender lo que pasó, -lo que implicaría encontrar una cierta lógica en el absurdo desatino en que a veces se encuentran-, sino de introducir incertidumbres en el tiempo anquilosado en el que habitan. No es la comprensión, sino la apertura a nuevas posibilidades el objetivo último del trabajo terapéutico. La vida por vivir.

 

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios