Creencias

Publicado el 21 de agosto de 2025, 12:44

   Algunas creencias convierten hechos contingentes y casuales en eventos poco menos que irreversibles y necesarios, porque les otorgan un determinado sentido en el seno de un marco rígido que se sustenta en la emotividad de cada cual.

    Un hecho es, en sí mismo, incoloro; por ejemplo, la forma de vestir de alguien. Es un hecho que va vestido de cierta manera. Sobre ese hecho desnudo añade el espectador los colores que cuadran con sus sentimientos de agrado o desagrado, siendo lo primero sinónimo de bueno y aceptable y lo segundo sinónimo de lo rechazado y censurable.  Los hechos son leídos desde ciertas creencias, que a menudo clausuran sobre sí mismas su interpretación, por ser las creencias una decantación extrema de los matices. Son creencias que clausuran. Polaridades extremas: bueno-malo, bello-feo, etc.

   Hoy, paseando sin rumbo por la calle, escuché un comentario casual de la animada conversación de dos jóvenes transeúntes, criticando la forma de vestir de un tercero que supuse ausente: La clase no se adquiere, se nace con ella, sentenció uno de ellos, el nuevo Petronio, ante el asentimiento del otro. Irrebatible. Sentencia con la cual quedó todo dicho, y clausurado.

   Traigo esta anécdota a colación como ejemplo casual de una creencia que se ha desprendido de todos los matices. El determinismo genético que sostiene, por ejemplo, ciertas creencias. Para el interlocutor, el vestir de cierta manera o no es prácticamente la constatación de la presencia o ausencia de un atributo esencial: tener clase, es decir, tener una cierta elegancia reconocida socialmente al gusto de quien pontifica. Como atributo, tener clase acaba de adquirir el estatuto de lo irreversible: uno nace -o no- con tal cualidad; la de saber componer estéticamente su figura para destacar, gustar, agradar o marcar tendencia. La conversación contenía algo que, en su sano juicio, nadie pondría mucho ahínco ni esfuerzo en defender; esto es, la frase enunciaba una creencia poco plausible. Pero, en tanto los seres humanos vivimos instalados en nuestras creencias, que éstas sean más o menos plausibles no es, al parecer, el dato más relevante.

   Plausibles o no, las creencias tienen poder.

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