En estado de guerra

Publicado el 25 de agosto de 2025, 12:54

    Los jóvenes viven hoy una cultura del deseo y esto, por definición, es una cultura de la fantasía y del no ser o la apariencia. El deseo se engendra en la imaginación y se enaltece con la fantasía de lo posible. Cuando se encarna y se hace real, lo deseado se concreta y pierde su pujanza. Uno desea siempre en el reino de la posibilidad y del futuro. El deseo cuenta con el tiempo futuro; es él mismo “futurizo”; por eso, una cultura basada en el deseo debe de sentirse eterna, o fuera del tiempo, pues todo lo fía al porvenir.

   La guerra es el fin, el acabamiento de la cultura del deseo, ya que cuando la vida se sabe ciertamente en riesgo de dejar de ser, el tiempo se vuelve todo él presente y se actualiza realmente el carpe diem y el que cada día traiga su afán. En tiempos de guerra, el presente toma toda su carta de naturaleza y cada minuto recobra todo su indeclinable vigor. El que debiera tener la vida en cada instante.

     Por eso, cuando uno lee las memorias de alguien que fue testigo de alguna contienda, hasta su prosa luce más brillante y expresiva a la hora de describir esos fugaces momentos de tiempo presente, más única e inmortal, más urgente también.

   Quizás ese sea el destino del escritor: aprender a escribir en estado de guerra.

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