
Algunas personas consideran que la infidelidad es una transgresión imperdonable. Están en su derecho. Las creencias y pautas aprendidas en sus familias de origen hacen más difícil que encaren la posibilidad de un acto reparador que la de afrontar una ruptura. En estos casos, la mayor parte de las veces lo que va a suceder después es que la pareja se muestre incapaz de superar la deslealtad y la traición y esta dificultad insalvable los conduzca a un proceso de separación y divorcio más o menos conflictivo, con la rémora del rencor que ello pudiera acarrear, y que a menudo expresa de forma nítida la rabia del traicionado.
Cuando tales cosas ocurren en el seno de una pareja, a menudo se quiebra un proyecto de vida compartido. Numerosas son las emociones que se activan en este momento, tanto más exacerbadas cuanto mayor haya sido el tiempo de duración del engaño y del ocultamiento. La temporalidad, que es importante en todos los procesos relacionales humanos, también lo es en la infidelidad. Hay una inundación de emociones que no sólo se refieren al momento presente, sino que hunden sus raíces en la historia personal y familiar de quienes se ven impelidos a transitar por tal circunstancia vital.
Pero cabe recordar que en la infidelidad no estamos ante una película de buenos y malos. Huelga decir que el maniqueísmo debe permanecer lo más alejado posible del juicio del terapeuta que en una sesión se encuentre encarando este evento o la planteen con toda su crudeza o dolor alguno de los miembros de la pareja. La inercia a ponerse en la posición de ayuda de la víctima no debe hacernos olvidar que lo que está en juego es la pareja, una realidad más compleja que la de cada uno de los individuos particulares que la conforman.
El proceso de reparación puede verse facilitado si cada uno de los componentes de la pareja tienen una saludable capacidad para reconocer sus deseos y necesidades, así como una suficiente capacidad para empatizar con las necesidades y los deseos del otro partenaire.
Añádase a esto que para las personas que mantienen una saludable confianza en sí mismas, en su valor intrínseco como seres humanos, será más fácil este proceso de sanación tanto por lo que se refiere a la reparación de la pareja, como por lo que hace a cada uno de sus miembros. Una persona que se considere suficientemente valiosa, al margen de la presencia o no de una pareja en su vida, es capaz de adentrarse en estas situaciones de dolor con más recursos y competencias, puesto que el juicio de su propio valor no se sostiene por ser la pareja de nadie, sino que reposa en la coherencia entre sus acciones, deseos y pensamientos. Lo que antiguamente recibía el nombre de “amor propio” o amor de sí (y que hoy tiene a denominarse “autoestima”) es un elemento facilitador del tránsito por estas situaciones difíciles y amargas. Sin embargo, aquel individuo cuyo valor resida fundamentalmente en ser querido por su pareja, vivirá la traición como un atentado a su dependiente mismidad, cuestionando a partir de la acción del otro su propia estima de sí y desvalorizándose, por ende, por no haber sido suficiente para el cónyuge que ha roto el pacto.
Una persona con un saludable amor hacia sí misma reconocerá que, aun siendo su vida interesante y digna de ser vivida en sí, lo es más aún porque hay otra persona que forma parte de ella.
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