
Aunque sea una pregunta inútil, lo cierto es que a menudo los miembros de una pareja en crisis se plantean quién tuvo la culpa de que se diera esa situación; fantasean, quizás, con la posibilidad de que haya una versión verdadera, objetiva y dominante cuando, en realidad, en el mundo relacional humano sólo hay versiones, perspectivas y puntos de vista.
De lo que sí podemos hablar con algo de ecuanimidad es de la responsabilidad, pues por nuestra naturaleza relacional los actos de uno suelen tener repercusiones en el bienestar o malestar de otros. No hay acto sin repercusión. Y de esos actos “repercutibles” nos hemos de hacer responsables, en la medida en que son actos hechos por alguien para algo. Soy responsable de mis acciones, aunque no siempre del modo o de la intensidad como éstas repercuten en otra persona.
En el caso de la pareja, hay que contar con esa inevitable repercusión de los actos y, por tanto, con un plus de responsabilidad en nuestro hacer. No soy una mónada aislada, sino que mis puertas y ventanas, por seguir con la feliz imagen de Leibniz y sus mónadas, se abren a las puertas y ventanas del otro.
En la infidelidad, es al infiel a quien debe hacerse responsable de la ruptura del pacto. Es él o ella quien ha traicionado lo previamente acordado. Aunque debemos recordar que en la danza relacional hay siempre una coparticipación, en grado diverso, de ambos miembros de la pareja. La coparticipación, si hablamos en estos términos, es, por decirlo contundentemente, asimétrica. La responsabilidad es, a mi juicio, de quien engaña y busca una oreja amiga fuera de la intimidad de la pareja, quebrantando el pacto con tal acción. La traición tiene que ver con la confianza, la exclusividad y la intimidad, si fue eso lo pactado, y la lleva a cabo quien la lleva a cabo, no quien nada sabe de ese movimiento, aunque luego se entere. Pero, a pesar de esto, es necesario pensar en la co-participación asimétrica también porque algo ha ocurrido en aquella pareja para que, de resultas de su propia danza, uno de los dos cónyuges buscara fuera de la relación satisfacción genital o emocional o ambas a un tiempo.
Se puede aducir, sin embargo, que lo que pueden haber entrado en funcionamiento en este proceso son ciertos rasgos de la personalidad del sujeto infiel, que le han llevado a actuar de acuerdo con cierta compulsión de carácter, sin que en esa ecuación entrara necesariamente en juego la pareja. Pensemos, por ejemplo, en una personalidad con acusados rasgos narcisistas entre los cuales gustar, fascinar y seducir forman una parte compensatoria muy importante de la dinámica de dicha personalidad. El narcisista sueña con un ideal que no se da entero en la realidad: esa persona tan valiosa que con su solo amor me salvará de mis miedos y de mis propias inseguridades, una suerte de madre con un amor incondicional, pero sexualizado. Es el deseo frente a la sobria realidad. En ocasiones, la persona narcisista trunca una buena y valiosa relación por desilusión, porque su pareja no encarna lo que al comienzo imaginó que encarnaría, pues el narcisista sólo podría amar de verdad a alguien que fuera como esa imagen tan sobrevalorada que el espejo le devuelve y que no es otra que la imagen de sí mismo. En tal caso, ¿dónde encontramos la co-participación de la persona que sufre la infidelidad?
Cabe preguntarse qué sucede en la terapia si ninguno de los miembros de la pareja asume su grado de responsabilidad o de co-participación. Las terapias apuntan a que el usuario se haga cargo de su vida y de sus elecciones, de sus actos y de sus consecuencias. Y si esto falla, si se atribuye lo sucedido a algo que trasciende la responsabilidad individual, el destino, por ejemplo, o el carácter a veces, entonces no es posible hacer terapia alguna. Cuando tal cosa ocurre, lo que se está buscando al hacer terapia es algo que tiene que ver con que ésta ayude a mantener la homeostasis del sistema, no con la necesidad de cambiar su funcionamiento.
Cuando la terapia ayuda a las personas a clarificar su situación tras un evento tan doloroso como una infidelidad, los componentes de la pareja sienten la urgente necesidad de clarificar los deseos propios y cómo la vida los ha conducido a esta situación. Necesitan hablar claro de sus anhelos y darse un tiempo para clarificarse, para ver si es posible drenar el rencor que se hubiera generado con el engaño. Si se está en disposición y se quiere hacer.
Hay factores que facilitan que la relación pueda salir fortalecida posteriormente de una prueba semejante. Por ejemplo, que el transgresor corte toda relación con la persona que ha sido infiel, entre otras cosas para clarificar su confusión en una u otra dirección. Ya he comentado que la persona ofendida –por decirlo de alguna manera- tiene que averiguar su capacidad para perdonar y también la reparación que necesita.
Que ambos cónyuges mantengan un proyecto común, ilusionante y compartido, más allá de la crianza de los hijos, es otro de los factores predictivos de mejora; así como que ambos sean capaces de mantener conversaciones francas, abierta y tranquilas sobre sus propias necesidades y sobre su capacidad para satisfacer en buena medida las de su pareja.
Retornar a los momentos en que, como pareja, ambos estuvieron bien y conocer explícitamente cómo lo consiguieron es otro de los factores que pueden predecir una terapia de reconciliación tras la infidelidad. Es importante que sean capaces de crear entre ellos momentos u oportunidades de conexión, haciendo sentir a la pareja como interlocutor privilegiado. Cónyuges que, aunque pudieran discrepar en ciertos asuntos de la vida, son capaces de negociar acuerdos mínimamente satisfactorios para ambos. Cónyuges, en definitiva, capaces de reconocer el dolor causado al otro con esta experiencia y la necesidad de una reparación que vaya más allá de la culpa y del perdón.
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