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Publicado el 1 de octubre de 2025, 18:54

ACTUAR O NO ACTUAR

   Con frecuencia, el operador puede verse solicitado por la urgencia, bajo el omnipresente mensaje de los contextos de ayuda de que hay que hacer algo. Este es un pedido que se le hace a menudo, y encierra algo paradójico, pues siempre se hace algo, incluso cuando no parece estar haciéndose.

  La urgencia es activa, pero en otras ocasiones la demora también lo es. 

 A veces no hay que actuar, sino contener. Y darse un tiempo para entender y captar la música de la danza que estas personas están bailando. Darse, en suma, un tiempo para comprender. Esto es muy importante.

  Y uno debe preguntarse a menudo ¿hasta dónde hay que hacer algo?

  Porque, si hacemos demasiado, paralizamos y obliteramos otras posibles fuentes de recursos propios del sistema sobre el que intervenimos.

   Y si no hacemos nada, esto puede ser leído como incapacidad profesional.

   Hay que aprender a tolerar la incertidumbre que nos propone una situación de conflicto cuando exige que nos comportemos como expertos y aceptemos momentáneamente –pero sólo momentáneamente- la delegación que nos hacen con el pedido.

 

CONSENSUAR LAS PROPUESTAS DE ACCIÓN

  Una manera de evitar tanto la acción ciega como la demora excesiva es, en la medida de lo posible, ayudar a que se consensuen propuestas de acción.

  A veces, los profesionales tienden a empujar más de lo que empuja la propia familia, quizás porque ven muy claramente dónde se encuentra el quicio en que se producirá el cambio, si hubiera de producirse.

  Pero este empujar es, la mayoría de las veces, chocar contra una pared: si la pared no se mueve, ¿por qué debemos gastar energías intentando que se desplace?

  El inicial movimiento de acomodación suele ser un instrumento efectivo para comenzar ese trabajo de futuro.  Poco a poco, los agentes irán calibrando la flexibilidad de los usuarios para aceptar el reto que hay que hacer a esa historia construida en torno del problema.

  Debemos convertirnos en expertos que detectemos dicha flexibilidad o rigidez del sistema, si hay espacio o no para el cambio en este momento. Esto no se detecta en la primera sesión, sino en el transcurso de la terapia, cuando los cambios no se producen o los usuarios no hacen las tareas o las hacen a desgana, o cuando el deseo de cambio es más nominal que real. En pocas sesiones, el profesional lo percibe. Cualquiera que sea la forma que tiene el sistema de adaptarse a la realidad y sus exigencias cambiantes, tiene en su base la necesidad de supervivencia del propio sistema. El enroque es una forma de sobrevivir, como saben cualquier jugador de ajedrez. Pero esa elección tiene a veces peores consecuencias para el sistema, que habría podido hacer una jugada distinta.

   Hay que devolver a los usuarios su responsabilidad sobre sus propias vidas.

  Nosotros somos acompañantes en el cambio, agentes capaces de movilizar los recursos de las familias, no los nuestros propios. Estos, por descontado, apenas sirven.

  Pero, a menudo, sobre todo en algunas situaciones especialmente dolorosas o en otras especialmente claras, el agente tiende a hacer un sobreesfuerzo de actividad para no sentirse mal consigo mismo. ¿Ayuda o baja tolerancia a la ansiedad y la incertidumbre que le invade?

  Esto tiene que ver con sus emociones, no con lo que le ocurre a la familia.  Con lo que le despierta esa familia a él. Y este puede ser un dato muy importante para entender la totalidad del sistema agente-familia, la delegación, las expectativas de unos y otros, etc. A veces la omnipotencia descansa en no poder resistir la ansiedad que nos crean las situaciones difíciles, la ansiedad de ser tenidos por profesionales incompetentes por los otros o por uno mismo.

 

ISOMORFISMOS

   Otro elemento importante de trabajo para el profesional es el reconocimiento de los isomorfismos (p.e.: la pérdida de autoridad de la escuela es isomorfa con la pérdida de autoridad de la familia; el desconcierto y confusión del profesional ante una situación, suele ser isomorfo por lo que les sucede a los padres…).

  Los isomorfismos y las resonancias nos permiten comprender emocionalmente a los pacientes desde una base emocional común o parecida, aunque nunca igual.

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