Los sistémicos venimos de donde venimos. En nuestro caso, de una tradición pragmática y, al tiempo, de otra más reflexiva y analítica. El maridaje entre la acción y la reflexión es un reto, sin duda apasionante y feliz. Para los terapeutas relacionales, encontrar en la investigación científica un refrendo de su trabajo con los sistemas no puede sino ser motivo de orgullo terapéutico más que de inquietud.
Sin embargo, arrastramos con nosotros una suerte de tópico o lugar común redondo como esos grilletes que se encadenaban a los pies de los delincuentes iracundos y pertinaces, para castigo y humillación, y que no es otro que el sostener una escasa afición del modelo a someterse a los cánones científicos al uso. Como todos los tópicos, pudo también éste tener su punto de verdad en algún momento, pero ahora creo que sólo deja sentir su peso sin vigencia sobre muchos de nosotros.
No es cierto que los sistémicos no investiguen. En todas nuestras escuelas de formación de terapeutas cada año se produce un más que notable esfuerzo de investigación con el que los alumnos concluyen su proceso preparatorio, abriendo con sus trabajos nuevos caminos o continuando las vías que otros equipos exploraron con anterioridad. La propia FEATF, que une las sinergias de las asociaciones profesionales, impulsa con un premio la tarea investigadora de sus miembros; revistas, congresos y jornadas ponen la guinda a estos esfuerzos, aprovechando esos espacios para un fructífero intercambio entre profesionales. Y, sin embargo…
Sin embargo, el tópico persevera en existir, y alguna razón habrá para ello y alguna responsabilidad tendremos también nosotros en no conjurar a los fantasmas que junto al tópico se confabulan.
Reconocemos la complejidad del objeto que investigamos, que no siempre resulta de fácil acomodo a ciertos puntos de vista reduccionistas que suelen dominar, y facilitar las cosas, a quienes trabajan desde otras perspectivas. Junto a esta complejidad del objeto hay que señalar que los discursos dominantes en el ámbito de la salud mental apuntalan eso que metafóricamente han llamado algunos, con buen tino y mejor humor, la “dictadura del chi cuadrado”. Sin descreer de los números, pero sí de su despótico ejercicio, hemos de colocar todo eso en su perspectiva más adecuada a nuestro objeto de estudio, el complejísimo mundo de las relaciones humanas.
Pero, por la parte que nos toca, hemos de examinar por qué, trabajando como se hace, no se llegan a publicitar en la misma medida los resultados de las investigaciones. Hay una cierta pereza acomplejada tras esta actitud, como si la investigación debiera ser una zona de caza acotada al mundo universitario, de la cual los demás pudiéramos desentendernos.
Necesitamos adaptar los ricos aportes que desde otras ciencias se hacen, dejándonos fecundar activamente por las nuevas ideas que circulan por las autopistas del conocimiento. Necesitamos volver al espíritu abierto de nuestros clásicos, pero no para imitarlos de mala manera, teniendo por innovaciones lo que ya se hacía hace cincuenta años, cuando el mundo y las familias eran tan distintas a lo que ahora son. Necesitamos inspirarnos en la actitud crítica y reflexiva de los pioneros, aunque no para repetir de forma manierista sus intervenciones, hoy probablemente imposibles, sino para mantener la tensión creativa, innovadora y abierta con que exploraron el territorio relacional. Necesitamos, pues, más reflexión, más diálogo, más polémica, más integración.
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