Teselas de un Mosaico (IV)

Publicado el 29 de octubre de 2025, 0:54

   Cuando E. Fromm se preguntaba si sería necesario que los hombres enfermaran para tener una economía sana, no podía siquiera adivinar hasta qué punto el bienestar de las personas pende de un hilo tan frágil y que el mito de una economía sana no era más que eso: un mito. Basta abrir las páginas de información de los diarios para advertir que no hay en la economía otro principio rector que el de los beneficios, y que estos, en grado suficiente, alcanzan apenas a muy pocos. La pobreza es a menudo la antesala de otros sufrimientos. Todos tenemos un poco de aquel José que interpretaba los sueños del faraón y esperamos con ciega confianza que a los siete años de vacas flacas les sigan otros siete de gordas, si no más. Caemos así en el embeleco de un progreso que, al parecer, no habrá de tener fin y tal vez por ello la emergencia de las crisis sociales nos pillan a menudo con la guardia baja.

   Desde sus orígenes, la terapia familiar fue muy consciente de los contextos en que vivimos y del modo como estos nos condicionan, abriendo o cerrando oportunidades. La terapia familiar tiene una clara vocación política, en la medida en que ayuda a las personas a crear contextos que fomenten su bienestar, su salud física y psicológica, para que puedan llevar la vida más plena posible, de acuerdo a sus capacidades y sus posibilidades.

   Hay un ámbito en que los profesionales sistémicos tienen aún mucho que decir, y que no es otro que ese espacio virtual en que se entrecruzan las empresas con las familias, cuando éstas hacen de él un elemento vertebrador de la identidad de sus miembros como dueños y al tiempo empleados. Los operadores sistémicos pueden ofrecer en este contexto una visión holística de las relaciones y de los peajes que se pagan cuando la empresa se convierte en el Moloc al que todos deben pleitesía. Los operadores podrían validar semejante adoración, pero esto sería cometer una traición a las personas, pues no están hechas las personas para las organizaciones, sino las organizaciones para las personas. Y, de no ser así, algo funciona rematadamente mal en las organizaciones y las empresas.

   Pero la cuestión de la empresa familiar tiene otra vertiente, que también cabe destacar. Como profesionales, las familias con las que trabajamos suponen un reto y estamos bastante acostumbrados ya, o creemos estarlo, a cuestionar nuestros prejuicios o a ponerlos al menos en suspenso, cuando nos enfrentamos a una manera distinta de mirar el mundo y darle algún sentido. Sin embargo, es más difícil hacer este movimiento cuando lo que se pone ante nuestra mirada no es el universo sufriente de los individuos, sino entelequias tales como la Empresa, el Poder y el Dinero, cuestiones estas que pueden levantar más de una roncha en la sensible piel ideológica de los operadores. Algunas cuestiones peliagudas reclaman que pongamos la mirada no sólo sobre el sistema, como si nosotros estuviéramos exentos, en tierra de nadie, sino también sobre nuestros propios valores y prejuicios; no para eliminarlos, lo cual es imposible, sino para contar con ellos, para tenerlos presentes y a la vista, y no actuar como operadores ciegos incapaces de reconocer el espacio desde el que hablan e intervienen.

 

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