Cuando era joven, soñaba que aprendería de lo que tenía por delante, que aprendería de lo que aún estaba por vivir. Pero al envejecer reconocemos que también se aprende de lo que se tiene por detrás, ahora iluminado por la luz tenuemente crepuscular de la experiencia.
La vida es ese ejercicio que nos lleva desde la inmortalidad inconsciente de la infancia a la constatable condición mortal de la adultez. Conquistamos nuestra vida a la par que adquirimos la justa conciencia de que somos mortales y de que ahora, llegado el momento, estamos ya en la primera línea de combate, sosteniendo con nuestra serenidad a cuantos nos siguen en este mismo camino.
Es un imperativo existencial vivir sin miedo a los demás, hombres y mujeres como nosotros, semejantes. Y, si cabe, entrar en la muerte con los ojos bien abiertos, como acertadamente dijo una vez M. Yourcenar.
Añadir comentario
Comentarios