Don Juan, el mito narcisista

Publicado el 29 de noviembre de 2025, 12:04

 

    Cuando un personaje literario, creado por la mente de un escritor y recreado por una pléyade de artistas que vuelven sobre el viejo argumento para enriquecerlo y darle nuevos significados, cuando ese ser quimérico, digo, deviene mito, ello sucede porque el relato en torno a dicho personaje hace vibrar alguna de las fibras sensibles de una época, de un tiempo, de unos seres humanos. Estamos, pues, ante una ficción catalizadora. Tal es lo que sucede con aquellos personajes convertidos en trasuntos de emociones universales: Antígona con la lealtad, Edipo con la búsqueda de la identidad, Medea con la venganza de un ultraje y tantos otros que la memoria recuerda y que permanecen vivos a lo largo de la historia por la reiteración compulsiva de sus acciones.

    Corta y breve es la vida humana, pero suficiente como para advertir que lo que sucede en esos mitos ocurre con mayor o menor intensidad a lo largo de cualquier existencia si la observamos en toda su plenitud, del nacimiento a la muerte. Los mitos nos acompañan como fuente simbólica de posibilidades de acción del ser humano. Encarnan una tentación, plasman un propósito o generan un sentido. Para lo bueno y también para lo malo, sea como contención o como exceso, como crimen o como generosidad. Los vemos dibujados como arquetipos en la literatura, pero también en el arte y, de forma más prosaica, en la crónica negra de sucesos, la única parte de los periódicos –junto a las necrológicas- que aún describen algún fragmento de la vida real. O sea, del suceder, del tiempo y las tragedias.

   Don Juan es un mito joven, pero ya de intensa andadura. Por algo será. Un mito moderno o postmoderno, por ponerle un epíteto que lo sitúe en el tiempo. Un mito, pues, de nuestro presente, aunque enfunde calzas, de su talle estrecho cuelgue una daga y cubra con el embozo de una capa sus aviesas intenciones. El mito del seductor es el cuento de aquel que goza de los placeres de la vida sin importarle las consecuencias ni los daños colaterales que con sus acciones produce. Ese individuo que es codicioso de deseos, ilimitados y cambiantes, sin tiempo apenas para saborear las mieles de la satisfacción, anhelando ya otra conquista antes de que el eco de la anterior se apague, y teniendo ensillado el caballo para salir presto y a la huida, pue su lema es el instante puro y no la temporalidad ni la duración. ¡Cuán largo de lo fiais!, es la queja de quien no puede hacer promesas ni cumplirlas, y de quien, por tanto, nada se puede esperar, ni una promesa de amor ni una fidelidad a ninguna otra cosa salvo a su voluble deseo y a la terca voluntad de darle cumplimiento.

  Imaginemos al don Juan de turno en el diván o en la silla de nuestra consulta… Nuestra primera gran dificultad será vincularnos con un individuo que es todo él huida, y que teme las relaciones humanas auténticas porque hacen peligrar el esquema en que se basa su vida, construido a partir de la manipulación y la ausencia de un compromiso real y afectivo con nadie. Don Juan teme la cercanía tanto como teme la intimidad, porque no sabe cómo manejarse con ellas. En su ingenuidad, cree que los otros son como él, pero sin fuerza. Don Juan no se detiene, no se detiene nunca ni se examina. Es acción pura. Parece que su acción continuada lo aleja de lo más temido, que es la muerte. Mientras conquisto, mientras seduzco, mientras me abandono al disfrute sensual no envejeceré y no me acercaré, por tanto, al temido final.

      No parece casual que Don Giovanni, en un alarde, en el cementerio donde yace el Comendador que él asesinó a la estatua que lo recuerda, lo invite a cenar como quien no teme la muerte. Un banquete que unirá lo humano con lo divino. El Comendador, como sabemos, acepta el convite, pero cuando haga acto de presencia, lo primero que le dirá es que él ya no se alimenta de alimentos humanos, porque está ya más allá de la vida.

  No puede, Don Juan, envejecer, porque menguada su fuerza, sólo veríamos en él al patético viejo que trata de reverdecer la vitalidad disminuida de su juventud con un amago ridículo de conquista. Una parodia de lo que fue.  La figura del “viejo verde”, que llama a la compasión o al asco, pero nunca a la admiración. Don Juan debe morir joven porque las hechuras de la vejez no casan bien con el deseo sin bridas, pero sí con el efebo esbelto y alocado que ve de lejos y como ajeno a sí el rápido suceder del tiempo. Don Juan, que vive para seducir, sabe que seducir es una forma tangencial de obtener lo que realmente anhela: el poder sobre los otros.

 

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios