Canevaro en Barcelona, 2025

Publicado el 3 de diciembre de 2025, 18:52

  Hace unos días viví el gozoso placer que ofrece el reencuentro con un amigo al que hacía ya algún tiempo no veía. Un amigo y algo más: un maestro. Venía a ofrecernos, quintaesenciados, sesenta años de experiencia terapéutica. La vida entera. Tuve el honor de presentar la jornada que la Escola de Terapia Familiar de sant Pau organizó como merecido homenaje a su trabajo clínico. Estas fueron las palabras con que quise honrarlo.

 Para mí es un placer presentaros a Alfredo Canevaro. No voy a hacer una presentación al uso, pues tenéis mucha información en la hoja en que se os invitaba a este seminario y no quisiera ahorraros el gozoso placer de leerla. Así que hablaré de otra cosa. Hablaré de mi encuentro con Canevaro, que podría parecer casi el título de un thriller o una novela.

   Conocí a Alfredo hace bastantes años, quizá más de los que él mismo supone o sabe. Lo leí antes de tener el placer de conocerlo, Tropecé con él por casualidad en una revista muy bien editada, con una buena portada, linda tipografía, un excelente papel y unas fotos que invitaban a mirarlas. Era tan bonita que creo que sólo sacaron dos o tres números antes de arruinarse. En esa revista leí un artículo donde este terapeuta que para mí era entonces desconocido (más por mi ignorancia que no por su renombre) trataba uno de sus temas nucleares: la necesidad de atender lo trigeneracional en el trabajo con la familia.

  Algunos años más tarde nos encontramos cara a cara, y descubrí que no sólo la persona no desmerecía en nada a sus textos, sino que los dotaba de una profundidad mayor, de una resonancia que ya no he dejado de escuchar cuando releo sus escritos. Ya no es mi voz, sino la suya, la que escucho cuando lo hago, el espontaneo interés con que escucha y demora sus atinadas respuestas, que añade un tempo a lo que está escrito.

  Canevaro ha tenido una idea muy potente de la familia, de la familia creada y de la familia extensa, y de su semilla nuclear, la pareja, la más compleja forma relacional que los humanos hemos inventado para convivir e incluso, a veces, para malvivir.

  Esta potencia terapéutica que tiene sus intervenciones nace, sin duda, de su propia experiencia existencial, del modo como decidió instalarse en el mundo y dar cauce a su vocación.

  Son ciertamente escasas las personas afortunadas que descubren a tiempo la vocación en que van a empeñar la vida. Alfredo Canevaro se puede contar entre ellas, y creo que humildemente hace mucho que lo sabe o lo intuye. No tiene esto que ver con el éxito o el reconocimiento que, en nuestro campo, le ha llegado añadido por el valor de su trabajo; sino por haber encontrado en un momento de su existencia el proyecto que habría de desarrollar el resto de su vida.

  De Canevaro espero que nos quede hoy, porque así ha pasado a quienes hemos tenido la suerte de disfrutar de su magisterio, el modo espontáneo y tranquilo de dirigirse a sus semejantes, ese íntimo convencimiento de que nadie es más que nadie y que, por tanto, todo ser humano es digno de conmiseración y de una atenta escucha, porque la vulnerabilidad es una cualidad esencial de nuestra humanidad. La vulnerabilidad y la fortaleza.

   Toda vida contiene elementos apasionantes, historias nos llevan desde este presente en que vivimos a un pasado en donde se fueron gestando algunas de las dificultades que aún perviven en nosotros. Toda vida nueva alberga en su seno algo de repetición, de aprendizajes obtenidos en nuestras familias de origen, de deudas pendientes, de palabras no dichas que se pueden conjurar para salvarnos, de oportunidades perdidas que ahora se pueden aprovechar.

  La vida humana es continuidad y cambio, transformación y permanencia. Su fuerza motriz es el amor, que tiene muchas formas. Una es el amor coterapéutico, aquel “proceso delicado por el cual acompañamos a la persona al encuentro consigo misma”, donación generosa y, como dijo Ortega al definir el amor en su plenitud, “amar estar empeñado en que el otro exista”. En este empeño se encuentra la obra y la filosofía terapéutica de Alfredo Canevaro.

  La técnica, nos enseña, es importante, pero lo fundamental son aquellas experiencias significativas que los usuarios pueden atreverse a tener durante el proceso terapéutico. Lo importante es que las personas sientan, se atrevan a sentir, y no sólo que entiendan. A esto lo llamo yo comprender, que es algo más que entender: es entender con el corazón, de una forma visceral.

  Cuando esto sucede en terapia, esta experiencia ya no se olvida y pasa a formar parte de elenco de cosas significativas que la persona vivirá en el transcurso de su vida.

  Decía Aristóteles que los filósofos son amigos de los mitos; y yo diría que los buenos terapeutas lo son de las metáforas. Alfredo tiene unas cuantas. Aunque quizás la metáfora más reconocida de su trabajo sea la de la mochila emocional. Nosotros también hablamos de las mochilas que cada cual carga sobre sus hombros, como el peso de los malestares que hemos ido soportando a lo largo de nuestra experiencia vital.

  Pero Canevaro habla de la mochila como un espacio simbólico, en el que vamos a meter, con ayuda de nuestra familia de origen, algunos recursos que les fueron útiles a nuestros progenitores y que ahora nosotros podemos guardar por si los necesitamos en alguna ocasión de nuestra vida o por si decidimos dejarlos atrás. Una metáfora que es todo un aval para crecer y desvincularnos en la pertenencia.

  Es una tarea de vida que cada uno de nosotros elija lo que queremos mantener y lo que deseamos dejar atrás.

  La familia siempre viene con nosotros y tenemos que aprender a encontrar la distancia justa para poder ser nosotros mismos. Esta es la tarea de la separación en la pertenencia, tan importante para crecer como individuos.

 Hay una frase de Goethe que explica muy sucintamente el trabajo de Alfredo. La frase dice así: “Lo que heredaste de tus padres, adquiérelo para que sea tuyo.” Podríamos terminarla añadiendo que, de no hacerlo así, seguramente nunca te poseerás a ti mismo. Y este es, sin duda, el gran objetivo de nuestra existencia, el viejo mandato de llegar a ser el que se es que nos dejaron como tarea los sabios de otras épocas y que ponen en acción los sabios de ésta, como hoy vamos a ver.

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