Proyecto de vida común

Publicado el 29 de diciembre de 2025, 18:21

 

    Lo peculiar de la pareja como organización social es que ésta se gesta y planifica en el proyecto común de dos personas. Este proyecto, que puede adquirir diversas y variadas estructuras, contiene al menos tres elementos básicos: el intercambio afectivo, la exclusividad y el vínculo.

    Es, por tanto, un proyecto relacional con el que aspiramos a cumplir importantes expectativas individuales. En la pareja perseguimos satisfacer las necesidades de pertenencia y de diferenciación. Deseamos repetir el viejo modelo de los padres o a darle la vuelta como un calcetín. Y pronto nos vemos en la inevitable tesitura de tener que negociar con la otra parte, porque esas pretensiones conforman también sus propios deseos, tan legítimos como los propios.

     Formar una pareja no consiste en enamorarse de alguien, sino estar dispuesto a comprometerse en un proyecto común de convivencia, de duración variable, que satisfaga las necesidades que como seres humanos sentimos: establecer vínculos afectivos, compromisos y cuidado mutuo. La finalidad de la pareja no es la procreadora, aun cuando los hijos puedan ser parte de ese proyecto común, sino amar y sentirse amados.

Si limpiamos de su pátina romántica y meliflua al amor que funda la relación de pareja -en sus múltiples formas actuales-, ésta revela en su práctica cotidiana las dificultades de su organización, de la que emanan casi todos sus problemas. Tres son los elementos que nos ayudan a comprender mejor el funcionamiento de una pareja:

  1. La jerarquía implícita de sus componentes.
  2. El grado de cohesión necesario entre sus miembros.
  3. La capacidad adaptativa a los cambios del ciclo vital.

    La jerarquía tiene relación con los roles asignados y asumidos, con el manejo de las relaciones de poder, pero, además, con el marco social que los sustenta y justifica. Por otro lado, esta jerarquía no se establece de una vez, sino con el transcurso del tiempo, por medio de pautas comunicacionales que se vuelven dominantes entre los miembros de la pareja. Simétricos o complementarios, los vínculos van conformando un estilo donde cada uno ocupa un “lugar " que depende y está condicionado por el que ocupa el otro.

     La cohesión de la pareja es otro elemento idiosincrásico de la misma, que tiene que ver tanto con el momento del ciclo vital en que se encuentran sus miembros, como con reglas generacionales que hunden sus raíces en el magma mítico de las respectivas familias de origen. El grado de cohesión se relaciona con la naturaleza del vínculo afectivo y con las necesidades humanas de apego, vinculación y diferencia, repartidas éstas en grado muy diverso entre las personas.

      Finalmente, la pareja -como cualquier otra realidad humana- es una organización temporal de vida, con su propia historia y sus narrativas, que explican tanto las permanencias como los cambios. La aspiración a la duración es más un ideal que una realidad; por lo menos, si seguimos creyendo en el mito de que el amor basta para que el vínculo y el compromiso no se deterioren. La mutua adaptabilidad de los miembros de la pareja, así como su grado de flexibilidad para afrontar los previsibles cambios que acaecerán desde la fundación de la pareja hasta su final, son dos importantes indicadores de su éxito.

     Éxito, como todo en la vida, provisional, que se mide por el grado de satisfacción de las necesidades propias y ajenas que cada parte halle en la relación. Una pareja satisfactoria es aquella que permite gozar de un mutuo grado de bienestar emocional y del cumplimiento suficiente de sus necesidades. Supone un ejemplo y un elogio de la generosa reciprocidad: el bienestar de la otra persona es condición necesaria para mi propio bienestar. Sin tener presente la figura del otro, la funcionalidad de la pareja sufre un deterioro que a menudo marca el inicio de una grave crisis estructural. Porque el amor por sí mismo no asegura la supervivencia de ninguna pareja, a pesar de lo que nos quieran hacer creer los mitos culturales al uso o el cine de Hollywood.

      Es la coincidencia de proyectos de futuro (que abarca desde la organización del hogar al disfrute del tiempo libre, de la realización individual por el trabajo hasta el cuidado de los hijos) aquello que, en definitiva, construye los cimientos sólidos de la estructura de una pareja. No pasividad, sino acción; porque amar no es un verbo que se conjugue en pasiva, a pesar de las gramáticas. Amar es la actividad máxima del ser humano; y, como tal actividad, no está exenta de riesgos, achaques ni de desmayos.

 

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