Un grave problema empieza a aparecer en las consultas terapéuticas. Si no en general, sí en la mía al menos, que es la atalaya desde la que observo el mundo que me rodea. Tiene que ver con la diferencia entre la culpa y la responsabilidad.
Se nos ha hablado muchas veces –y con razón- de intentar que la familia no se sienta culpable por el estilo relacional con que se relacionan sus miembros, construido durante un largo proceso de tiempo y relacionado con unas pautas que en su momento debieron ser, la mayor parte de las veces, funcionales, aunque ahora hayan dejado de serlo, y con las buenas intenciones de base que suelen presidir los intercambios entre las personas. Por supuesto esto ha de ser así. Este es un principio para mí indubitable, que admite escasas excepciones. La gente, creo, hace lo que puede. Pero observo que son bastantes los usuarios que se sienten mal cuando se les responsabiliza de sus acciones y sus consecuencias. Empiezan ya a sentir la misma parálisis que cuando se sienten culpables. Incluso algunos confunden el hecho inevitable de hacerse responsables de sus vidas con el de despertar en ellos una oscura culpa, lo cual es algo radicalmente distinto. ¿Qué hacer cuando las personas comienzan a sentir que “responsabilizarles de sus vidas y sus elecciones” les lleva a experimentar el acogotamiento de la culpa? ¿Cómo evitar el corrimiento de un espacio al otro?
Para mí, la línea de demarcación entre ambos territorios está definida con nitidez, pero no parece que sea así para muchas familias o, dentro de ellas, para algunos de sus componentes, posiblemente afectados por ciertos sesgos narcisista. La responsabilidad es activa, la culpa, pasiva. La responsabilidad se hace cargo, la culpa se descarga. Pero muchas familias ya no quieren hacerse responsables de sus elecciones, de las consecuencias de sus actos ni de sus vidas. Quieren descargarse de la responsabilidad de tomar decisiones, de pasar a la acción, de sobrellevar las consecuencias. Querrían ser todavía como esos niños que eran dirigidos por sus padres. Y cuando se les señala algún elemento relacional que les hace responsables de aquello que les sucede o pasa con los demás, sienten algo muy parecido a lo que sienten las personas que se culpan: parálisis y resistencia. Por eso suelen decir: “Vengo a terapia para que usted me diga qué debo hacer con mi vida”.
El problema lleva con nosotros desde hace tiempo, tal vez ha ocurrido siempre de forma concreta y puntual; pero es ahora cuando comienzo a verlo crudamente en las sesiones, no ocasionalmente, sino de manera reiterada y casi continua. A nadie le gusta sentir que alguien lo culpa, pero ahora empieza a ocurrir que a muchos no les gusta siquiera que les hagan responsables de sus acciones, vividas casi siempre como meras reacciones al obrar de los otros. Cuando alguien se vuelve reactivo quiere decir que, implícitamente, no desea hacerse cargo de su propia vida ni de sus actos.
Pero no es posible hacer un trabajo terapéutico aceptando la irresponsabilidad de quien nos pide ayuda. Conviene que el terapeuta se haga responsable de no hacerse cargo de la vida de los demás. Como ejemplo primero y después como condición necesaria para que la terapia o el propio terapeuta no sea el homeostato en la vida del usuario, como ocurre en esas terapias que son casi eternas…y tan iatrogénicas.
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