Cuatro fogonazos de Whitaker

Publicado el 9 de junio de 2025, 20:19

   Fue, sin duda, un maestro sabio aquel hombretón criado en una granja aislada en Raymondville, Nueva York, y que por tanto años pareció a los suyos un niño y adolescente autista. Alguien que, metido en sí mismo, se ganó el derecho a observar y decir, sin demasiados miramientos, lo que veía y pensaba. Un terapeuta, por si alguien lo duda, que habló mucho de sí mismo, por tratarse tal vez del paciente que tenía más a mano.

   Quiero dejar aquí algunos de los fogonazos sobre los que habremos de volver, cuando en otra entrada del blog hablemos de los suicidios cotidianos…

   Vaya el primero, que pone el dedo en la llaga de quienes se creen capacitados para decirles a las personas lo que les conviene hacer, pensar e incluso sentir. Un primer disparo a la línea de flotación del narcisismo terapéutico, tan presente en numerosos profesionales como, en igual medida, ignorado por ellos: “La idea de que un terapeuta puede enseñar a una familia a llevarse mejor es evidentemente narcisista.” Ha llovido mucho desde que Whitaker pronunciara esta frase, posicionándose como el viejo Sócrates en la idea de que los demás saben bastante bien lo que necesitan para llevar una vida suficientemente digna de ser vivida. Nada podemos aportar que no este, al menos in nuce, en el seno de las posibilidades del otro. Nuestro bagaje operativo es tener la confianza de que esto es así y de que las familias y los individuos saben mejor que nosotros lo que les conviene hacer para llevar la vida a la que aspiran, aunque en estos momentos no lo disciernan o no sean aún capaces de percibirse así, competentes y capaces.

   Hay una pregunta tramposa que desvela que los usuarios saben bien lo que necesitan. Más o menos la podemos formular del siguiente modo: “Si ahora tuvieras que fastidiarte la vida, ¿Qué tendrías que hacer para lograrlo? Aún no me he tropezado con ningún usuario que no sepa responder a esta pregunta.

   El segundo fogonazo lo dispara contra aquellos profesionales que se esconden tras el diagnóstico y persiguen a los usuarios hasta que sus conductas cuadran con lo que dice el DSMV TR. “La capacidad de ver al otro como ser humano es fundamental para cualquier terapia.” Antes de mirar a las personas como un diagnóstico, con su correspondiente alijo de incompetencias y dificultades, hemos de aprender a ver al ser humano que hay detrás de toda esa farfolla psi, que tanto nos protege como nos oculta. Decía Cancrini: “detrás de ese hombre que rebusca en la basura veo siempre al niño que fue.” Esa es la mirada terapéutica. Lo otro es un manual estadístico, sin más.

    “La capacidad de un terapeuta de ser útil está directamente ligada al hecho de que no puede ayudar.” La más paradójica y cierta de todas las afirmaciones que Whitaker pronunció, al renunciar a la idea narcisista de que nosotros –y no ellos, sabemos mejor que ellos lo que conviene a la gente. Porque nosotros, y no ellos, tenemos una vida estable, normal, razonable…y ellos, al parecer, no. Pero cuando finalmente yo me pongo en disposición de escuchar activamente lo que la gente sabe hacer, me percato del enorme poder que tienen para cambiar las cosas que les ocurren. Basta que crea en ellos tanto como ellos deberían creer en sí mismos. La mayor parte de los terapeutas excelentes que conozco reconocen en la práctica este aserto.

    “Como terapeuta profesional, uno debe interesarse lo suficiente por los problemas ajenos mientras conserva el suficiente amor por sí mismo para poder resistirse ante el mandato cultural de sacrificarse para salvar a la familia.” El cuarto y último fogonazo por ahora nos habla de la empatía y la distancia operativa, del elemento compasivo de los terapeutas y del elemento ejecutivo. Cuando la balanza de este sutil equilibrio se desplaza en una u otra dirección, empezamos a dejar de ser eficaces y operativos. Mucha compasión conduce a la pena, la impotencia o la rebeldía frente al sufrimiento; demasiada ejecutividad, a la burocracia del terapeuta frío y distante, que cree en las técnicas, pero se olvida del amor.

    La terapia no es un trabajo para salvar a la gente de sí misma o hacerse cargo de sus vidas, sino un trabajo de acompañamiento para que las personas, según su medida, se hagan cargo de su propia existencia. Sólo eso.

 

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