Un bello cuento de Neuburger (1)

Publicado el 18 de diciembre de 2025, 0:19

      Señores, ¿os gustaría oír un bello cuento de amor y muerte? ... Así podría comenzar cualquier historia de pareja, con las palabras de la más emblemática narración de amor trovadoresco de todos los tiempos, el Romance de Tristán e Isolda, ese mito intemporal de pasión, adulterio y castigo.

   Nadie, por contra, ha cantado nunca, si no lo hizo para denigrarlo, las excelencias del amor burgués; o de la pareja feliz, tal vez porque se piense que una tal vida, prolongada en el tiempo, no tiene de suyo historia alguna que contar, ni interés. O, a lo sumo, y si lo tuviera, se aproximaría a una tediosa agonía sin estética, como el pez que boquea fuera del agua para morir entre estertores. Nada consume tanto el amor como lo cotidiano.

     Cantamos a la pasión romántica por lo que tiene de sinvivir, o al sufrimiento que genera el abandono, real o imaginario, mientras aspiramos a embarcarnos definitivamente en una elección de pareja que sea tan necesaria como irrebatible. La elección definitiva; por definición, definitoria. Pura pasión sin límite.

     De hecho, la pareja es una de las variadas formas sociales que los seres humanos hemos inventado para vincularnos, y la menos mala para sostener esta quimera. La única que soporta sobre sus frágiles hombros todo el peso de nuestros anhelos y de nuestras más profundas nostalgias. Aspiramos a que nuestra pareja sea el sagrado recinto de la completa intimidad, aquel refugio buscado con tanto desasosiego, nuestro lugar de pertenencia propia, el espacio del reconocimiento, del amor insensato o poético, de la confianza inquebrantable; de, en suma, un largo etcétera de sueños y quimeras. El paraíso recobrado. Una adición de anhelos, expectativas y deseos prontos a confrontarse con la realidad, a ponerse en acción y recrear así la historia de una pareja vivida como única, sus inicios, sus características peculiares, su especialísima tensión vital; y, a veces, su desgraciado derrumbamiento, caída y concluyente final. Pues nada demasiado bueno dura demasiado.

      Mucho se ha escrito sobre el amor y la relación de pareja, sobre su temporalidad o sobre los conflictos propios de esta unidad de vida. Descansan en mi mesa de trabajo una amplia colección de libros, como una selva en la que uno estuviera pronto a perderse. Yacen en ella desde las elevadas reflexiones éticas sobre el matrimonio del danés Kierkegaard, a las más prosaicas investigaciones americanas de C. Rogers; desde las intuiciones filosóficas de Denis de Rougemont a la fecunda simplicidad de Sternberg y su geométrico triángulo del amor. Es un hecho indudable que tanta tinta derramada y tantos potenciales lectores no hacen sino evidenciar la muy occidental preocupación sobre esta cuestión del amor y de sus consecuencias. Testimonio de lo que nos jugamos en el envite. Por si hubiera poca literatura, añado ahora a este selvático festín un pequeño librito de Robert Neuburger[1], breve en la forma y prolijo en densidad, cuyas ideas más importantes me gustaría reseñar aquí.

      No es el libro de Neuburger una de esas obritas que ahora se califican de autoayuda, mera quincalla intelectual, aunque nada en su portada nos pudiera llevar a pensar lo contrario. En ella, sobre un fondo gris apagado, vemos caminando, de espaldas a nuestros ojos, a una joven pareja, sana, fuerte, informal. Como debe ser. La imagen desvaída de la dicha soñada. Dos que caminan aparejados hacia un destino futuro de vida común, envueltos en una suerte de mandorla fotográfica, como el nimbo beatífico de algunos santos. La chica se da la vuelta para mirarnos de soslayo. Lleva estampada la felicidad en el rostro y al compañero bien sujeto por la cintura, sin que debamos leer en ese gesto metáfora alguna que dé pie a especular sobre sus inconfesables intenciones. El lector que toma el libro en sus manos bien pudiera verse tentado a devolverlo raudo al anaquel, con pudoroso gesto de rubor ante la deslavazada portada que lo envuelve. Si, a pesar de todo, se resiste y no lo hace, encontrará en sus páginas bastantes ideas dignas de atención y comentario. No hubo suerte en lo demás. Olvidaron en la imprenta en viejo dicho castellano: el buen paño, en el arca se vende, y jodieron la galanura.

 

[1]   Nuevas parejas (1998) Robert Neuburger. Buenos Aires, Paidós.

 

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios