Bienvenido a IN ITINERE

Imaginemos que imagino un futuro libro. Imaginemos que empiezo a escribirlo de esta forma no aforística, pero sí fragmentaria, que va tomando cuerpo en las entradillas de un blog, no hay cosa más moderna. Imaginemos que ese futuro libro aún no nacido se titulara, más por ambición del proyecto que por la realidad hecha y formulada, de la siguiente guisa: Los problemas del mundo.

Un título así, tan grandilocuente, exigiría demasiadas explicaciones. Yo daría una breve y sencilla: los problemas del mundo soy yo mismo, yo encarno en mi vida los verdaderos problemas del mundo. Pero no yo por ser quien soy, sino cada uno de nosotros, que somos lo que somos: cada uno de nosotros que, al existir, somos el mundo.

Por tanto, los problemas del mundo son los problemas que yo encarno en mi vida y sus soluciones, mis opiniones, mis dudas y cavilaciones, si hubieran de tener algún valor o sentido, tendrían acaso también un valor y sentido para otras personas, tal vez incluso para muchas.

Un bello cuento de Neuburger (1)

      Señores, ¿os gustaría oír un bello cuento de amor y muerte? ... Así podría comenzar cualquier historia de pareja, con las palabras de la más emblemática narración de amor trovadoresco de todos los tiempos, el Romance de Tristán e Isolda, ese mito intemporal de pasión, adulterio y castigo.

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¿Cambiando de paradigma?

    Como es bien sabido, los paradigmas son marcos de referencia a través de los cuales observamos los hechos y los interpretamos. Estos hechos cobran sentido por estar enmarcados y articulados en un paradigma concreto, formando el conjunto relevante de eventos significativos para el probo y dedicado investigador. Como señala T. Kuhn, los paradigmas no tienen como objetivo primordial la aparición de una novedad inesperada, sino otro, bastante más implícito: otorgar a la comunidad de sus usuarios un criterio para seleccionar problemas que tienen solución o que, en cualquier caso, acabarán teniéndola algún día. Podríamos decir, por tanto, que el paradigma es un metadiscurso que enmarca los posibles discursos y sus diversas legitimidades. Y mientras resulta exitoso, mientras funciona como debe, hay en su seno una pertinaz ausencia de novedades fácticas o teóricas. Se ven más hechos de lo mismo o se interpretan igual numerosos hechos. Es como una suma que iguala.

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Acción y responsabilidad: una lectura de Cloé Madanes

     Hace algunos años corría por los ambientes filosóficos un pequeño chascarrillo acerca de la libertad. La moda, que tan dulcemente nos sojuzga, apostaba entonces con fe de carbonero por el dogma del determinismo. Y la historieta, un tanto jocosa, daba razón de un juez metido por fuerza a filosofar con delincuentes, esa suerte de rigurosos existencialistas en estado puro. Parece razonable contar aquí, pues, la liviana anécdota. Como suele suceder en estos casos, el delincuente, tomando durante el juicio la palabra, y tras haber escuchado la perorata de su aburrido abogado defensor, decidió salir en su propia defensa, invocando para ello las adversas circunstancias de su vida. Que hubiera cometido un delito era, para el caso que nos ocupa, posiblemente algo tangencial, pues de forma inexorable la necesidad y la genética le habían empujado a ello. No fui yo, señor juez, sino mi desgraciado pasado, el amargo azar impenetrable, las determinaciones de mi vida (que algunos llaman destino y, otros, oportunidad), quienes me trajeron al trance en que usted me ve ahora. Sin todo aquello, yo no estaría ante usted, no le quepa la menor duda. El buen y cachazudo juez, al parecer, conocía esa historia, o alguna del mismo jaez, por lo que se limitaba a asentir blandamente con la cabeza. La filosofía muelle del sospechoso le resultaba familiar. La había escuchado en boca de expertos sociólogos, forenses y de algún otro conductista más o menos irredento. De manera que, cuando el reo acabó su retahíla de razones, tomó la palabra y, asintiendo de nuevo, respondió: Veo, mi buen amigo, la desgracia que ha caído sobre sus hombros. Créame que le comprendo, y espero que usted comprenda también la mía, no por diversa menos pesada, pues mis propias circunstancias, a las que en modo alguno puedo escapar –como usted bien sabe-, me han traído hasta aquí y, sin gusto, acritud ni ánimo de venganza, me fuerzan a imponerle a usted la pena que la Ley dicta para un caso como el suyo. He aquí un ejemplo de todo lo que usted me dice y yo comparto. Desgraciadamente, no puedo hacer otra cosa que condenarle a usted a prisión, mal que nos pese a ambos.

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Canevaro en Barcelona, 2025

  Hace unos días viví el gozoso placer que ofrece el reencuentro con un amigo al que hacía ya algún tiempo no veía. Un amigo y algo más: un maestro. Venía a ofrecernos, quintaesenciados, sesenta años de experiencia terapéutica. La vida entera. Tuve el honor de presentar la jornada que la Escola de Terapia Familiar de sant Pau organizó como merecido homenaje a su trabajo clínico. Estas fueron las palabras con que quise honrarlo.

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Che farò senza Euridice?

   La ópera Orfeo y Eurídice, de Christoph Willibald Gluck (1714-1787) pone música y voz a un mito que forma parte de nuestro imaginario colectivo: el mito del amor que trasciende la muerte.

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Aprendizajes

   Cuando era joven, soñaba que aprendería de lo que tenía por delante, que aprendería de lo que aún estaba por vivir. Pero al envejecer reconocemos que también se aprende de lo que se tiene por detrás, ahora iluminado por la luz tenuemente crepuscular de la experiencia.

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Del aburrimiento mortal.

  Los suizos, tan dados a la seguridad como los franceses a los circunloquios, acaban de inventar un nuevo síndrome, al cual, a base de darle un nombre, hemos concluido por dotarlo de alguna brumosa realidad. Es lo que tienen las palabras, que conjuran. A partir de ahora, cuando sienta trazas parecidas de lo que me sucede a menudo, ya sabré lo que me pasa, pues le habrán dado un nombre que dibuje sus perfiles nítidos sobre el gris de lo informe. Así funciona la ciencia, categorizando la realidad y estableciendo nexos arbitrarios con un cierto fundamento in re, que habría dicho Aristóteles de haber hablado latín. Y puesto que tenemos el nombre, pronto tendremos los pacientes. Nombrar, pues, provoca efectos. Y, en el caso de los síndromes, el principal efecto es la identificación. El nombre nos permite ver nuevos pacientes y a ellos identificarse con lo que con el nombre se dice. Donde antes había simple tedio, hay ahora una suerte de trastorno del estado de ánimo, que es como decir que somos de humores cambiantes y desperdigados, ligado a los trastornos que padecen las personas por el hecho de trabajar o siquiera de vivir. Yo cambio de humor, dentro de una cierta estabilidad, varias veces al día. No puedo evitarlo, por más que lo intento, pues la realidad me afecta y no consigo dejar de interpretarla y darle algún sesgo, bien que me pese créanme ustedes. Y eso por hablar sólo de la realidad. Luego están los otros, esa parte principalísima de la realidad con quienes me topo. Lo que hacen o dejan de hacer me provoca y me altera, a veces para bien, y otras no tanto. Ni les cuento.

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Amputados

   Todos arrastramos en nuestra historia personal alguna parte de nosotros que es como uno de aquellos miembros fantasmas que, aun cuando fuera amputado de raíz hace tiempo, continúa doliendo como si todavía formara parte viva de nuestro cuerpo. Seguimos notando su presencia, aunque ya no esté, y aunque nunca ya vaya a estar, porque la vida siguió adelante sin detenerse. Porque la vida sigue a pesar de las pérdidas y las ausencias.

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